Aromas que nos marcan.
Un pensamiento sobre los iconos olfativos.
Desde que abrimos los ojos por la mañana hasta el momento en que nos sumergimos en el sueño por la noche, nos vemos envueltos en una sinfonía de olores que penetran profundamente en nuestro sistema olfativo. Apenas notamos cómo nuestro hogar lleva impregnado el aroma de nuestro perro, o cómo las calles de la ciudad huelen a maíz frito.
Los olores y aromas se vuelven tan icónicos que no podríamos imaginarnos un lugar o a una persona sin ese distintivo olfativo que los define. Adivinamos si un cliente ha tomado tres espressos matutinos no por su energía, sino por el sutil rastro de aroma que envuelve sus palabras, reminiscencia de una cápsula Volluto decaff de Nespresso.
Aunque nuestra abuela haya fallecido hace unos meses, su aroma sigue resonando en lo más profundo de nuestro ser.
Sabemos perfectamente cómo huele una tienda Zara Home, un chocolate Ferrero, o incluso un automóvil recién comprado.
Los olores nos acompañan desde el mismo momento en que llegamos a este mundo, formando parte intrínseca de nuestra experiencia humana en la Tierra. Nos alertan, nos relajan, nos recuerdan, pero más que nunca, nos incitan a consumir, a gastar y, sobre todo, a experimentar.
Incluso mientras dormimos, numerosos estudios han demostrado que la mayoría de los durmientes tienen sueños olorosos, es decir, que en sus sueños aparecen olores perfectamente identificables.
¿Recuerdas algún olor característico que te haga conectar con una marca o una idea?
Los olores evocan lo analógico, lo tangible, dejando una marca indeleble en nuestra memoria. En esta era creciente del metaverso y la digitalización, varias marcas están empezando a explorar nuevos horizontes utilizando elementos como los aromas para establecer conexiones más humanas con sus clientes, aunque a veces pueden resultar un tanto invasivos.